lunes, 9 de abril de 2012

LA FOTO

Devatiéndome entre la razón y la locura en un hotel parisino.

PASÓ EN 1634... ¿LES SUENA DE ALGO?

¿Puede haber alguna flor tan bella como para que alguien pueda empeñar el sueldo de toda una vida por ella? Para los holandeses está claro que sí: el tulipán.


A principios del s. XVI, Ogier Ghislaine de Busbecq, el embajador holandés en Turquía, introdujo esta flor en Europa. Tener tulipanes era un símbolo de distinción y prestigio. Pronto su belleza engatusó también a las clases menos pudientes y se desató la pasión por comprar bulbos. Cualquier lugar valía como centro de negociación, desde la prestigiosa Bolsa de Amsterdam hasta la más mugrienta de las tabernas de pueblo. Pobres y ricos, todos actuaban igual: vendían sus tierras, casas o joyas con tal de conseguir dinero para comprar bulbos. ¿El más apreciado? La variedad Semper Augustus. Por un solo ejemplar se llegaron a pagar hasta 6000 florines. Una verdadera millonada en una Holanda en la que el salario medio estaba entre 200 y 400 florines, y una casa pequeña en la ciudad se podía conseguir por 300 florines. Los créditos aportaban el resto.


La paranoia llegó en 1637 con el establecimiento de un mercado de futuros, bautizado con un profético nombre Windhandel (el negocio del viento). Ya no se compraban bulbos, sino la promesa de que se plantarían para recogerlos en la siguiente primavera. Pero un día comenzaron las suspicacias. El 3 de febrero de 1637 se desató la venta desaforada y el consiguiente descenso de los precios. Millones de holandeses se arruinaron y el país necesitó décadas para superar la crisis.

Ello conlleva a la reflexión de que el hombre es el único animal capaz de tropezar indefinidas veces con la misma piedra y con la sensación de que, a pesar de todo, muchos no habrán aprendido nada de todo esto. Vencedores y vencidos. El ahorro y la sensatez caerán de nuevo bajo el ofrecimiento de un nuevo objeto de deseo cuya especulación perforará de nuevo la economía y los bolsillos de los mártires que arriesgarán sin más para el afán de enriquecimiento de unos pocos que seguirán planteando las reglas del juego. Y si las reglas del juego no provocan que venzan los ganadores de siempre, se cambian y ya está. Una última voluntad, si disponen de 109 minutos de sus vidas, no dejen pasar la ocasión de visualizar "Margin Call" del director novel, J.C. Chandor. Se darán cuenta que hace tiempo que "uno y uno dejaron de sumar dos".

"Margin call" en una sola imagen.